Japón: La estremecedora serie de niños casi bebés enviados a la calle de compras y más | Diario El Día

2022-05-14 18:26:44 By : Ms. Sally Kang

Desde la llegada de “Mi primer mandado” a Netflix, tras su convenio con la productora japonesa Nippon, los medios de comunicación han hecho toda una suerte de análisis del impacto emocional que la serie despierta en los espectadores.

El portal británico The Guardian, por ejemplo, lo resumió así: “Old Enough: el programa de televisión japonés que abandona a niños pequeños en el transporte público”. Se trata de un agresivo, pero no exagerado titular, basado en uno de los capítulos de la producción.

Básicamente, los padres de infantes, entre 2 y 6 años de edad, enrolan a sus hijos en un proceso de selección para aparecer en un capítulo, en el que se cuenta una breve historia familiar. Posteriormente, un niño o niña, ya sea hermano mayor o único en el núcleo, se vuelve protagonista. Se le asigna la tarea de ir hasta algún lugar a efectuar una entrega o una compra, dependiendo de la idea prefabricada entre padres y producción del show.

Hasta ahí todo bien. Sin embargo, cuando se conoce la distancia que tiene que recorrer el o la infante, en solitario y a tan corta edad, es cuando los sentidos maternos y paternos se activan, cuestionando si, en efecto, serías capaz de hacerle eso a tu hijo o hija con el objetivo de formar su carácter.

Los japoneses sí lo hacen y hasta esperan a ser seleccionados para que su niño o niña aparezca en acción.

El programa data de hace 30 años en territorio japonés. Sus capítulos originales duran hasta 3 horas. Para occidente se editó la producción. Los camarógrafos y resto de staff, se dan a la tarea de seguir a los pequeños pero sin que estos adviertan su presencia. No les está permitido asistirlos en ningún momento, aunque estén llorando o se les haya caído su carga por accidente.

En el episodio inicial de “Mi primer mandado”, la historia la protagoniza Hiroki, un niño de un poco más de dos años, quien es lanzado a la aventura con fines de aprendizaje.

La diminuta figura sale de su vivienda, luego de recibir una especie de charla motivacional que catapulta su deseo de hacer sentir orgullosos a sus padres.

Su mamá le encargó ir a un supermercado, a varios kilómetros de su casa. Lo envió con dinero, un micrófono escondido en un pequeño bolso cruzando su pecho y el encargo de al menos 4 cosas que no es capaz de anotar, por obvias razones, pero sí de retener en su prematuro sistema nervioso.

Es importante recalcar que Hiroki salió con una bandera amarilla. Su madre le indicó que al cruzar una calle, debía agitarla y que los conductores lo dejarían cruzar.

El episodio de casi 20 minutos (como el resto) muestra al pequeño caminando por una enorme avenida, en la que contrasta su tamaño con el de un enorme autobús pasando a su lado. Luego cruza la enorme calle y llega al supermercado donde compra flores, y otros productos, con la dificultad de los olvidos y las cosas por cargar de regreso a casa.

Hiroki sale del lugar, pero se percata de que olvidó uno de los encargos y se regresa para enmendar su error. Poco después vuelve a la calle, en medio del pensamiento de una audiencia que se estremece viendo cómo una humanidad tan pequeña ha sido capaz de pasar por tal situación y sortearla de la mejor manera.

Por fin, el niño vuelve a su casa. No derramó una sola lágrima en el intento. Los aplausos pregrabados del programa tratan de condecorar el momento. No obstante, la crítica, para ese entonces, ya está plenamente instalada en la mente del espectador.

El de Hiroki no es un caso único en cuanto a la edad de los enviados a su primer mandado o el nivel de responsabilidad que la misión ostenta.

Yuka es una niña de dos años, cuya madre trabaja en una cafetería. Su padre labora en un negocio cercano y olvidó su delantal. Ella debe llevárselo. Al regreso, tiene que pasar por una relojería y recoger un reloj.

Su madre la instruye y otra vez aparece la dosis de necesidad del mandado, el orgullo parental y la confianza en el enviado o enviada.

Una abrumada Yuka parte a la calle. Trabajadoras de los negocios aledaños la alientan. Una de ellas llora de la emoción y preocupación. No es la madre. Ésta se quedó en su negocio aguardando el fin de la tarea de su niña.

“Yuka, de tres años, se baja del borde de la acera en un paso de peatones que divide una calle de cuatro carriles. Aunque el semáforo esté en verde, ¡ella sigue mirando si pasan autos!”, asegura el narrador.

Pese a los peligros, la niña llega hasta su padre, quien la saluda con toda normalidad. Retorna a la relojería, pero se confunde de local. “No hay ninguna relojería”, dice en voz alta. Las cámaras la captan sollozando.

La lluvia comienza a caer y los autos siguen pasando. Decide irse al negocio familiar sin el paquete. Llora al ver a su madre porque sabe que le falló, o al menos eso cree.

Luego de consolarla, su mamá le ofrece un helado para dejar por terminado el asunto. Yuka, en cambio, con el llanto a todo pulmón le dice: “¡Iré… Iré, mami!”, mientras señala la calle. La pequeña niña se obliga a encontrar la relojería y a terminar su misión. A sus dos años, de alguna forma comprende que no puede fallarle a su familia.

Poco después, con un nuevo intento autoimpuesto, termina el mandado y se activan los aplausos en el programa. Yuka se muestra satisfecha, pero implícito queda que vivió una frustración grande, inversamente proporcional a su par de años de vida.

Inazo Nitobe es el autor de Bushido: El código del Samurái.

Se trata de un libro que describe una faceta de la cultura japonesa debido a la cual, por explicarla de alguna forma y guardando las proporciones, padres japoneses permitieron que sus hijos formaran parte de la producción de “Mi primer mandado”.

El autor revela en uno de los capítulos una decisión que sería escalofriante para cualquier padre occidental en esta época.

“Se mandaba a niños muy pequeños ante personas totalmente desconocidas para entregar mensajes, los niños debían levantarse antes que saliera el sol y antes de desayunar debían hacer sus ejercicios de lectura e ir andando descalzos hasta donde estaban los maestros en pleno invierno”.

El relato sostiene que lo hacían hasta dos veces al mes. La labor incluía a grupos de infantes que eran sometidos a desvelos, leyendo en voz alta por turnos.

“La peregrinación a toda clase de sitios inquietantes -a campos de ejecución, cementerios, casas supuestamente encantadas- era el pasatiempo preferido de los jóvenes. En aquellos tiempos en que la decapitación era un acto público, los niños pequeños no sólo debían presenciar la terrible escena, sino que además debían visitar el lugar por la noche, solos, y dejar una marca de su visita en la cabeza del difunto”.

Nitobe expone en su libro que este sistema horrorizó a pedagogos de otras partes del mundo, que cuestionaron el impacto del mismo en las emociones de los niños, tal como lo hacen en la actualidad algunos expertos en psicología al opinar a cerca de “Mi primer mandado”.

“Cuando los niños se sienten seguros de sí mismos, se refuerza su autoestima. Pero -y este es un “pero” muy grande- las tareas que los adultos les piden que realicen tienen que ser apropiadas para su desarrollo. Se equivoca (la producción) al convertir a los niños pequeños en figuras divertidas y reírse de ellos pidiéndoles que realicen tareas para las que no están preparados desde el punto de vista del desarrollo”, dijo en su crítica la autora de libros de paternidad, Tanith Carey.

Sin embargo, en la audiencia las opiniones se muestran fraccionadas. Por un lado, algunos comparten horrorizados la opinión de que no se debe hacer pasar a niños por un trauma innecesario. Otros piden a la plataforma actualizar los capítulos de la serie. De ahí que el contenido ofrecido sea tan polémico como aceptado para un público dividido en lecturas.

© 2022 Diario El Día | Calle Brasil 431, La Serena, Chile. Noticias de la Región de Coquimbo. La Serena, Coquimbo, Ovalle, Andacollo, Canela, Illapel, Los Vilos, Salamanca, La Higuera, Paihuano, Vicuña, Combarbalá, Monte Patria, Punitaqui, Río Hurtado.