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2022-05-14 18:32:08 By : Ms. May Yang

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Cuando me subí al coche en Milán con un paramédico de protección civil y un neurólogo del Ospedale Niguarda Ca' Granda, en Milán, Italia, rumbo a Przemysl (pronunciado Pshemishl), un pequeña ciudad en la frontera entre Polonia y Ucrania, no tenía ninguna expectativa especial más que luchar contra la sensación de impotencia que se había apoderado de mí mientras miraba la guerra desde el sofá de mi sala.

Nuestra tarea era llevar un cargamento de fármacos recolectados por la Università degli Studi di Pavia en Pavía, Italia, y algunos donantes privados a su destino: el centro de clasificación para refugiados con sede en la ciudad polaca Przemysl.

Incluso el destino fue casi aleatorio: tuve contactos con una asociación de scouts que tiene un pequeño jardín de infancia para niños dentro del centro de refugiados, un servicio que permite a las madres, agotadas por los días de viaje y necesitadas de tiempo, hacer los documentos y solicitar el asilo, dejando a sus hijos con personas de confianza por unas horas.

El camino desde Milán hasta la frontera con Ucrania es largo: se tarda unas 19 horas, incluidos los descansos, a través de Austria, Hungría, la República Checa y toda Polonia.

Ni yo, que trabajo como editora de Univadis Italia y como investigadora en la universidad, ni el colega médico con el que me fui habíamos tenido experiencias de voluntariado en el campo médico, pero habíamos escuchado que el número de refugiados continuaba aumentando y que cualquier persona con experiencia médica era bienvenida. Una semana de vacaciones, junto con la unión de los días de las vacaciones de Semana Santa, nos parecía la oportunidad perfecta para ver si podíamos ser útiles, posiblemente incluso solo para repartir ropa y comida caliente.

Figura 1. El camino que lleva al centro de clasificación para refugiados con sede en la ciudad polaca Przemysl. Cortesía: Dra. Daniela Ovadia

Así fue: no tuvimos tiempo de registrarnos como voluntarios en el centro de refugiados de nuestro contacto local. Una organización no gubernamental franco-israelí, Sauveteurs Sans Frontières, que gestiona la carpa médica en la barrera fronteriza con Ucrania en la cercana ciudad de Medyka, buscaba urgentemente médicos que pudieran cubrir algunas tareas de guardia. Aceptamos incluso antes de entender exactamente en lo que nos estábamos metiendo: después de desempolvar nuestras credenciales profesionales, nos encontramos en una carpa militar, instalada justo al lado de la puerta fronteriza, en una plataforma de madera apoyada en el barro. Junto a ella, la gran carpa refugio que la propia organización no gubernamental gestiona para dar acogida de emergencia a mujeres y niños que llegaban demasiado cansados para poder continuar hasta el centro de refugiados: un lugar de tránsito en el que permanecen un día o máximo dos.

Figura 2. Exterior de la carpa médica de la organización Sauveteurs Sans Frontières en Medyka, Polonia. Cortesía: Dra. Daniela Ovadia

La clínica Medyka es parte de una especie de "ciudadela de voluntarios", una larga fila de tiendas de campaña y marquesinas que bordean el camino a lo largo de la frontera. Quienes lleguen de Ucrania a pie con maletas y animales a cuestas deben necesariamente pasar por ella. Entre los voluntarios, están los que se ocupan de repartir ropa de abrigo (las temperaturas, incluso con el sol, siguen siendo muy frías y los que cruzan la frontera suelen tener al menos 8 horas de fila para pasar), los que ofrecen bebidas y comida (en concreto una organización no gubernamental estadounidense llamada World Central Kitchen y que hace un meritorio trabajo tanto en los centros de refugiados como dentro de Ucrania), los que proporcionan las tarjetas SIM gratuitas que las mayores compañías telefónicas europeas han puesto a disposición de los refugiados.

Figura 3. Los refugiados  que cruzan la frontera suelen tener al menos 8 horas de fila para pasar. Cortesía: Dra. Daniela Ovadia

A nivel médico, quienes trabajan in situ disponen de una farmacia básica, con productos clasificados según los códigos de las Naciones Unidas para fármacos de urgencia: antiinflamatorios, antihipertensivos, insulina, algunos antidiabéticos orales, antibióticos de amplio espectro, ungüentos dermatológicos, fármacos antiepilépticos (esencialmente fenobarbital y carbamazepina), esteroides y muchos ansiolíticos, así como formulaciones pediátricas de los fármacos más comunes. El equipo también incluye una bolsa de ayuda de emergencia, que afortunadamente no tuvimos que utilizar, y un desfibrilador semiautomático.

Figura 4. Interior de la carpa médica de la organización Sauveteurs Sans Frontières en Medyka, Polonia. Cortesía: Dra. Daniela Ovadia

En la frontera, pasan sobre todo mujeres con niños (a menudo muy pequeños) y personas mayores.

La mayoría de los casos que tuvimos que tratar eran crónicos: pacientes con diabetes o hipertensión que habían estado sin tratamiento durante todo el viaje y, en algunos casos, más tiempo si venían de zonas de guerra.

Son frecuentes los trastornos de ansiedad, con disnea o auténticos ataques de pánico. Por otra parte, la mayoría de las mujeres sólo se dan cuenta plenamente de que han perdido su hogar cuando se encuentran realmente en un país extranjero, habiendo dejado a sus maridos y compañeros al otro lado de la frontera, atrapados en Ucrania por el servicio militar obligatorio general. No ayuda a pensar en el futuro el hecho de que, por muy acogedoras y equipadas que sean las tiendas de campaña, se duerma en catres improvisados, en camas cubiertas con sábanas y mantas que otros han usado.

Los mayores, por su parte, sufren intensos dolores articulares y musculares, a menudo causados por los días o semanas que pasan durmiendo en catres improvisados en sótanos fríos para protegerse de las bombas. A menudo están deshidratados y descompensados.

En dos casos tuvimos que lidiar con heridas de guerra. Una mujer, procedente de la estación de Kramatorsk, bombardeada por los rusos durante el transporte de un convoy de refugiados, se presentó con un vendaje que ocultaba un pie de color rojo azulado, claramente infectado y edematoso. Es probable que tuviese un fragmento de metal u otro material en el pie, ya que otros fragmentos se habían pegado al plástico de su anorak por el calor de la propulsión. No pudimos evitar darle un antibiótico intravenoso y enviarla a la Cruz Roja Polaca, con la esperanza de que, al menos, pudieran hacer una radiografía.

Un joven presentó el clásico edema por explosión, que los paramédicos trataron con vendajes de compresión.

Nunca se está preparado para tratar las heridas de guerra, pero menos aun cuando nunca se ha recibido formación específica en la materia. Los médicos que trabajan en estas estructuras gestionadas temporalmente por organizaciones no gubernamentales tienen diferentes especialidades, casi siempre internistas, vienen de todo el mundo (trabajamos con un médico indio, dos estadounidenses, dos israelíes y un francés), se ponen a disposición por periodos cortos, desde 10 días hasta tres semanas, y tienen a su disposición una parafernalia básica no apta para urgencias reales. Esta experiencia también me ayudó a comprender cuán poco difundida está, en la preparación de los médicos italianos, la competencia en el manejo de urgencias y cuánto, en cambio, sería preciosa, no solo en condiciones extremas como una guerra.

Un problema generalizado al que tuvimos que enfrentarnos fue el de encontrar fármacos. Los kits recomendados por Naciones Unidas están compuestos por fármacos básicos y no cubren ni remotamente el amplio espectro de prescripciones previas con las que acudían nuestros pacientes. No siempre es posible sustituir un fármaco por otro o, al menos, no es posible hacerlo sin un adecuado periodo de observación y superposición del que no disponíamos.

El caso más complejo que tuvimos que atender fue el de una joven con epilepsia que tuvo un ataque mientras hacía fila en la frontera. No teníamos disponible su terapia y solo por un golpe de suerte y el tesón de algunos voluntarios que literalmente fueron a la caza del preparado en todos los centros médicos de la zona, pudimos obtener algunas dosis. La paciente viajaba con su hijo de 10 años a cuestas y, después de pasar una noche bajo observación en la carpa médica, reanudó su viaje hacia su destino final en Alemania.

A menudo, al elegir una terapia, también hemos tenido que considerar las responsabilidades de los pacientes: en el caso de madres solteras con uno o más hijos a cuestas, no pueden ser administrados fármacos que alteren el estado de conciencia o induzcan somnolencia, como las benzodiazepinas, porque lamentablemente ya se han producido casos de maltrato infantil y no hay personal para cuidar a los pequeños durante el descanso de los padres.

Los fármacos "nicho" no se encuentran por ninguna parte, incluso cuando salvan vidas. Tuvimos que ayudar a un paciente con miastenia que rápidamente mostró signos de empeoramiento y dificultad para tragar. Para evitar tener que intubarlo en caso de compromiso de los músculos respiratorios, lo enviamos al hospital de la pequeña ciudad con la esperanza de que al menos tuvieran fisiostigmina disponible. No sabemos qué le pasó pero el traductor que lo acompañaba nos cuenta de una apresurada y poco empática acogida por parte del personal local, comprensible si se piensa que todo el sistema sanitario polaco, en las ciudades fronterizas, está colapsado, con operadores con desgaste profesional. En Przemysl, por ejemplo, habitualmente viven 60.000 personas, pero desde el inicio de la guerra han pasado unos 3.000 refugiados al día desde hace mes y medio.

La COVID-19 es un problema de salud que está presente pero que nadie está tratando. El centro de refugiados, instalado en un gran centro comercial en desuso, acoge a unas 4.000 personas, distribuidas en lo que antes eran varias tiendas, cada una de las cuales está señalizada con una bandera que indica el país de destino final. En general, no hay ventanas, ni luz natural y, obviamente, no hay sistemas de ventilación eficientes. Los catres ocupan todos los espacios libres y desbordan los pasillos.

Figura 5. En las carpas médicas no hay ventanas, ni luz natural y, obviamente, no hay sistemas de ventilación eficientes. Cortesía: Dra. Daniela Ovadia

Solo los voluntarios son evaluados con pruebas rápidas de antígenos en el momento de la acreditación y nunca más. El uso de mascarillas es inexistente y, en todo caso, casi imposible en ese entorno. Casi todos los voluntarios se han infectado o esperan estarlo pronto.

En general, la experiencia fue más fuerte e intensa de lo esperado. No sé si hemos tenido éxito en nuestro intento de ayudar: lo cierto es que los márgenes de mejora, al menos en lo que respecta a la atención médica básica, son amplios, y sería necesaria una mejor coordinación entre las organizaciones no gubernamentales y los sistemas de salud local y de los países de destino final de los refugiados, especialmente para dar el apoyo adecuado a los casos más complejos.

El aspecto psicológico, si bien es fundamental para evitar la consolidación de los síndromes de estrés postraumático, solo es manejado por personal voluntario, cuyas competencias son, sin embargo, limitadas. También desde este punto de vista sería necesario coordinar mejor las intervenciones profesionales, bajo la guía de expertos en urgencias.

Este contenido fue originalmente publicado en Univadis, parte de la Red Profesional de Medscape.

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CRÉDITO Imagen principal: Larysa Ros | Dreamstime.com

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Citar este artículo: Mi testimonio como voluntaria médica en el campo desde la frontera con Ucrania - Medscape - 26 de abr de 2022.

Esta opinión fue publicada originalmente en Univadis.com, el 23 de abril de 2022.