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2022-09-24 02:58:44 By : Ms. Zontop Z

El tercer Sábado de cada mes gratis con El País.

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Lo saben los niños muy pequeños y las personas insoportablemente estilosas: la lluvia, además de una bendición medioambiental (y, a veces, en la ciudad, un engorro) puede ser una oportunidad para la moda ¿De qué otra manera puede alguien combinar unas bermudas con botas de agua, chubasquero y sombrerete, como harían un alumno de P5 y una interiorista danesa con un BeReal impecable? Las lluvias de principio de otoño, como las que van a caer estos días, que todavía van acompañadas de calor, son idóneas para este tipo de experimentos y propician el lucimiento de una prenda histórica que tiende a durar mucho en los armarios, el chubasquero. Nadie, a no ser que viva en una película de tardea ambientada en Normandía o tenga una obsesión especial por la prenda, suele tener más de dos chubasqueros en el armario, y por eso es una prenda de la que se valora la atemporalidad.

Marilyn Monroe durante el rodaje de Niágara.

Se suele considerar a sir Charles Macintosh el inventor del chubasquero. En inglés, “un macintosh” todavía funciona como sinónimo de impermeable. A principios del siglo XIX, se estaban haciendo en distintos lugares muchos intentos de patentar una tela que fuera resistente al agua. Desde siempre, en los lugares lluviosos habían existido maneras de protegerse del agua. Según esta Breve historia de cómo mantenerse seco publicada por el Victoria & Albert, tanto los colonizadores españoles como los nativos americanos usaban látex natural y lo extendían por sus botas y sus prendas de abrigo para intentar repeler la lluvia, y en China se solía aplicar una capa de aceite a la seda. Quien finalmente consiguió patentar la fórmula fue Macintosh, un farmacéutico escocés, en 1823. Descubrió que poniendo un una mezcla de caucho y nafta de alquitrán como una capa fina por encima de otra tela se podían hacer prendas repelentes al agua y patentó su material como “tela de goma de la India”. Aun así, los primeros  chubasqueros eran bastante toscos. Olían mal y se volvían rígidos con el frío y pegajosos con el calor. No fue hasta 1843 cuando el ingeniero Thomas Hancock inventó el proceso de vulcanización que el material empezó a usarse de manera más útil y práctica.

Entonces, difícilmente existía la noción de chubasquero asociado a la moda. Sencillamente, porque las personas que necesitaban guarecerse de la lluvia eran trabajadores poco preocupados por seguir las tendencias. Igual que ocurrió con las Desert Boots, los zapatos que en España se conocieron en una época como pisamierdas y que han formado parte del uniforme de varias subculturas urbanas, la Segunda Guerra Mundial sirvió, irónicamente, para llevar a la calle y al vestuario civil las prendas resistentes al agua. Otras dos marcas británicas, Burberry y Acquascutum, que llevaban décadas experimentando con los tejidos de gabardina, se disputan la invención de la gabardina militar. Ambas fueron proveedoras del ejército británico y lo que sucedió es que cuando muchos hombres volvieron del frente siguieron utilizando esas prendas y las mujeres buscaron también la manera de incorporarlas a su vestuario. Para entonces, el cine ya había encontrado la manera de hacer maravillas con la ropa para lluvia. La gabardina estaba bien instalada en el imaginario del cine negro y en el armario masculino, pero ahí estaba la francesa Michèle Morgan con un chubasquero transparente de plástico en El muelle de las brumas (1938) y Lana Turner con gabardina impermeable en Cautivos del mal (1952).

En la desmilitarización de esa prenda hay también un componente clasista: quienes la habían llevado durante la guerra no eran soldados de a pie, generalmente mal equipados, sino oficiales de rango alto, y por tanto la prenda se despojaba así de sus orígenes utilitarios y trabajadores.

Si la gabardina está irremediablemente unida al cine negro, el chubasquero amarillo pertenece a otros dos géneros: al musical (imposible no asociarlo al número más famoso de Cantando bajo la lluvia) y al cine de terror. Empezó a usarse en esas películas en parte porque contrastaba en los fondos oscuros y nocturnos habituales en esas películas y al final ha acabado quedándose como algo casi autorreferencial: cuando los espectadores versados en el género ven un chubasquero amarillo saben que algo (malo) va a pasar. “El amarillo también contrasta con el rojo de la sangre, y muchas veces va asociado al o infantil, por lo que toca con otra convención, la del niño espeluznante. Además, el chubasquero puede esconder las intenciones del personaje, de manera que se añade una capa de misterio”, explican en la web Yellow Raincoat of Horror, un repositorio de todas las películas, series y videojuegos que hacen uso de ese cliché, empezando por It, de Stephen King, donde el niño Georgie viste un chubasquero amarillo. Dicho esto, el chubasquero amarillo más famoso del cine es el que lleva Marilyn Monroe en Niágara. Existen unas maravillosas fotos de las pruebas de vestuario de esa película en las que la actriz lleva ese impermeable gigante y a priori nada sexy con la misma cara turbadora que puso para cantarle Happy Birthday a Kennedy.

Una modelo con un chubasquero de Mary Quant.

Cuando la moda femenina se lo pasó realmente bien experimentando con la ropa para la lluvia fue a partir de los sesenta, con el uso de los plásticos, el vinilo y el PVC. Mary Quant introdujo el “Mac de plástico” y el llamado wetlook en 1963, con una colección inspirada en el Op Art que se presentó en el hotel Crillon de París que no tardaron en apropiarse todas las chicas garbosas que se movían por Carnaby Street, como Cynthia Lennon y las modelos Jean Shrimpton y Jackie Bowyer. Ésta lo llevaba en las fotografías promocionales también con botas de caña alta en PVC y un sombrero a juego, aunque lo habitual era desmontar el look combinándolo con una gorra plana de marinero o de repartidor de periódicos. Así lo llevaba también Brigitte Bardot en una famosa foto bajando de un avión de Air France y, en el cine, Monica Vitti en Modesty Blaise y, en una versión algo más recatada, Sofia Loren en Arabesque. En París, fue André Courrèges el encargado de darle al impermeable esa nueva vida pop y ya completamente desligada de cualquier objetivo práctico.

En realidad, Quant se adelantó tanto con su investigación de materiales que, aunque su colección tuvo mucho eco en las revistas de la época, no fue realmente capaz de ponerla en las tiendas hasta 1965 debido a lo difícil que resultaba producir en PVC. Para poder confeccionarla y hacerlo además a un nivel relativamente asequible –la británica nunca quiso vender a precios elitistas– ,se asoció con una de esas marcas británicas de impermeables de toda la vida, Alligator, que ya había trabajado antes con Balmain y con Pierre Cardin. Alligator estaba acostumbrada a sacar chubasqueros en colores tradicionales y tuvo que aplicarse para conseguir el blanco y el negro que pedía Quant y aplicar todos los detalles de cremalleras y botones a sus abrigos, que se vendieron finalmente a unas diez libras la pieza.

Aunque la moda ha seguido experimentando cada otoño con la idea del chubasquero trabajado, el impermeable sigue siendo una de esas prendas que se enorgullecen de cambiar poco y hay varias marcas que venden esa idea de atemporalidad y justifican así sus precios: compra un impermeable hoy y tenlo toda la vida. Con la ropa de lluvia además, opera cierta lógica nacional y hasta local. Si los ingleses tienen Barbour, Hunter, House of Bruar y Celtic & Co, los alemanes tenían Klepper y los suecos Stutterheim, una marca que ha adquirido estatus global en la última década y que ostenta uno de los mejores lemas de la industria de la moda: “melancolía sueca en su punto más seco”. Cada uno de sus abrigos la lleva bordada en la etiqueta (Swedish melancholy at its driest) al lado de una banderita del país. Para sorpresa de nadie, el fundador, Alexander Stutterheim es un copy publicitario que concibió la idea de sus impermeables para gente que sabe lo que es ACNE un día en el que llegó demasiado pronto a una reunión en Saab. Llovía, como sucede en Estocolmo 170 días al año, y él miró por la ventana y pensó: no hay ni una sola persona que lleve ropa bonita ahora mismo, ni una. Poco después, murió su abuelo y encontró en el desván de su casa en una isla del archipiélago de Estocolmo un viejo chubasquero de pescador que le pareció muy adaptable. Solo tenía que hacerlo ligeramente menos parecido a una tienda de campaña y estaría listo para gustar a todos sus amigos del cine y la publicidad. Acertó. Kanye West y Jay Z co-conspiraron para convertir ese chubasquero en una de las piezas más buscadas de la pasada década, algo menos ubicuo que los más asequibles modelos de la marca danesa Rains y la francesa Petit Bateau. España no tiene seguramente su marca canónica, por motivos climáticos obvios, pero existen tiendas de mucho arraigo local en las ciudades lluviosas, como Godofredo en Santander o Enbata en Donosti. Todas ellas tienen en las próximas semanas su momento grande del año.

Artículo actualizado el 22 septiembre, 2022 | 19:12 h

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