Clara Puig, reconocida con el premio a la sala emergente. / Iván Arlandis
Es entrar en Tula y tropezar, primero con las pequeñas dimensiones del espacio, y luego con la enorme sonrisa de Clara Puig. Todo lo puede, todo lo salva. Desde una mesa con vistas al Montgó, recortado sobre el mar, el comensal atraviesa el cristal y vuela sobre las aguas, para regresar cuando ella se acerca con la carta. Once platos que cambian
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