Stella Brieva y su arte, de arrabales y guardianes - El Litoral

2022-09-24 03:13:22 By : Ms. Janey Zeng

Stella Brieva ya es "Ciudadana Distinguida" de la ciudad de Santa Fe. El Concejo Municipal, a través de una iniciativa de la concejala Jorgelina Mudallel, entregó el 21 de septiembre último la distinción en el recinto. La artista local -que reside alternativamente en Buenos Aires-, es generadora desde hace tres décadas de un continuo trabajo en el arte, con múltiples formatos y soportes, siendo la pintura (tanto como el muralismo y objetos), la forma en la que mejor se comunica.

Nacida en Santa Fe, al igual que sus hermanos Dady y Analía, fue el barrio María Selva el que la vio crecer. Atravesar los descampados y potreros de esa populosa barriada, teñidos por las amarillentas farolas que desde lo alto, la vieron transitar diariamente con sus carpetas, sueños y delantal almidonado, rumbeando hacia el Colegio Monseñor Carlos Macagno. En cortos tres años, Stella pasó a cursar en el Colegio Antonio María Verna, donde terminó la escuela secundaria.

Los ocres amaneceres del barrio, en donde algún facón saltaba reluciente en las madrugadas de bailanta de "Villa Dora", fueron el marco de esta historia. Una chica con minifalda beige y tacones rojos en la esquina del antiguo cine General Paz (sin Only Fans ni "Cafecito") entona a capella una canción de los Bee Gees. El silbato de una leñera en extinción rompe estridente la atmósfera guadalupana, haciendo crujir las "eclisas" de la trocha métrica del Ferrocarril General Belgrano, por calle Vélez Sarsfield, rumbo a la Estación Belgrano.

Las matronas en las veredas tejiendo crochet y punto arroz, con el "mate lavado", fueron testigos junto algún "curda" con la barbilla mojada en "Vino Carlón" –fumando rancios cigarros Colmena- de ver pasar a Stella tempranito para tomar un destartalado colectivo de la línea 4, y así bajar en Ricardo Aldao y Aristóbulo del Valle. El portero de turno la vería traspasar las lustrosas puertas del colegio antes de las 8.

Luego vendrían los tres años de recorrido hasta el centro de la ciudad, teniendo como destino final el Instituto Superior N° 12, donde cursó durante tres años –tesina mediante- la carrera de Decoración. Por ese entonces, el Instituto funcionaba en el edificio de la Escuela Beleno, con las precariedades imaginables. Las maquetas coexistían con las tizas y cuadros de próceres, y se tomaban las clases sentados en pupitres aún calientes del turno anterior.

Por ese entonces, comenzaba el período de transición hacia la democracia. En 1981 se funda la Orquesta Municipal de Santa Fe, mientras que, en la sinfónica local, Guillermo Bonet Müller era quien dirigía la batuta. Llegaban a Santa Fe maestros de la talla de Simón Blech. El maestro Francisco Maragno, fallecido en 2016, le ponía su impronta al Coro Polifónico Provincial, que ensayaba en un local cedido por una compañía de seguros, al retirarse los empleados. Por otra parte, la incipiente astronomía santafesina, que luego se conformaría como CODE, tenía su sede en calle San Jerónimo 4101.

La obra de Stella atraviesa diversos períodos, como es de lógica naturaleza. Oscilando entre lo figurativo y quizás (¿Un simbolismo?) es la figura humana en distintas situaciones lo que interpela al espectador. Rostros que habitan en dimensiones inaccesibles, mutando hacia una inalterabilidad total, interpelan a un espectador que, en búsqueda de palabras, opta por el silencio. De todas maneras, el arte es para observar e indagar en una búsqueda consigo mismo, consideraciones aparte.

Si bien el ojo humano –evolucionado desde hace millones de años- puede distinguir más de un millón de colores –así lo aseguran los estudiosos-, Stella Brieva usa una paleta estrictamente restringida en sus trabajos. En los objetos intervenidos por ella se advierte una mayor libertad de expresión, tanto en morfologías con trazos y giros propios de su estilo, y algún pigmento de gamas cálidas, pero es en la obra en sí (entiéndase para exhibir), en donde los tonos pasteles ganan terreno, pugnando centímetro a centímetro una disputa con la tela, para enarbolarse sobre pómulos, mejillas, labios y ojos.

Así, Stella da voz y entidad -en sus murales- a seres inanimados e inertes que, quizás habiendo estado en este plano, moran sumisos en una atmósfera de piadosa libertad y tierno indulto, en un gentil albedrío salpicado por el tañido de bruñidas campanas en yermas dimensiones. Y que no por no estar en este plano físico, dejan ellos de sentirse, indagarnos y expresarse, a través de su pincel.

El mismo pincel que canaliza las energías que drenan de un macrocosmos inexpugnable, como soporte de una gran cúpula imaginaria similar a las que imaginaban los renacentistas o sacada de la misma Capilla Sixtina. Y es en ese gigantesco domo imaginario de gran perímetro donde Stella proyecta la película de su vida, y le da voz, a otros, que no están más.

Dijo el poeta Rainer María Rilke: "Sí, todo arte es el resultado de haber estado en peligro, de haber vivido una experiencia hasta el final, hasta el punto donde no se puede ir más allá". Tal axioma se corrobora en la serie "Las Guardianas", que se exhibirá entre el jueves 22 y el domingo 25 de septiembre en el Molino Lupotti, erróneamente llamado Fábrica Cultural, a mi entender, ya que la cultura no se fabrica. Se disfruta, se construye, se hace en base a construcciones identitarias, ancestrales y colectivas.

Las "Guardianas" distan de ser amables. Son seres inflexibles. Tanto, como la inexpresividad de sus rostros enjutos y austeros. Los personajes que llegan desde el BADA, hicieron 500 kilómetros para estar aquí. Cuenta el chofer del camión que, al llegar a la cabina del peaje, las barreras milagrosamente se levantaron para dar paso a las "Guardianas", mientras que el sol ocre del amanecer, daba la bienvenida a los gigantescos triángulos, siguiendo la recta de la ruta 11, para cruzar Los Polígonos y girar finalmente en una rotonda, para estacionar en una dársena rectangular del Molino Lupotti, en Boulevard.